martes, octubre 28, 2008

Lizcano: "He vuelto a sentirme humano"


Para no enloquecer en la selva, pues durante mucho tiempo tuvo prohibido hablar con sus carceleros, Óscar Tulio Lizcano, el rehén político que escapó de las FARC de la mano de un guerrillero, clavó tres palos en el suelo, les puso nombre y les dio clases. Les hablaba de lo que más sabe: de política, literatura y economía, de su profesión. Esta historia es la que más ha conmovido a su hijo, el congresista Mauricio Lizcano. La contó en la clínica Valle del Lili de Cali, donde ambos lloraron al abrazarse el domingo después de ocho años largos sin verse, el tiempo que duró su cautiverio. El parte médico habla de desnutrición, deshidratación y leptospirosis: una enfermedad que se transmite por contacto con la orina de animales infectados.

El paciente Lizcano, de 58 años, tiene controladas las visitas, pero ha contado por teléfono a radio Caracol retazos de su drama. "Después de tanta humillación, he vuelto a sentirme humano". Habla con voz lenta, muy cansada. "Viejo, usted se va a morir", le dijo hace una semana el guerrillero apodado Isaza. "Lo voy a sacar de aquí", le espetó este hombre de 28 años que estaba al mando de sus carceleros.

Lizcano no le creyó, pero sabía que era la única opción que tenía. La situación creada por el asedio militar a la zona era cada día más desesperante. Oían pasar los aviones mientras aguantaban el hambre, porque el Ejército había taponado los caminos.

El pasado miércoles por la noche se le acercó Isaza con la disculpa de jugar al ajedrez. "Hoy es la oportunidad de salvarse; por la noche lo recojo. ¡Nos vamos!". A las nueve -"era una noche muy oscura"- fue a buscarle. Lizcano no lo pensó dos veces. "Me moría o me salvaba", recordaba ayer.

Caminaron con sigilo, sin dejar huellas. Sin romper ni una rama para no despertar a los guerrilleros. Isaza conoce como la palma de la mano ese sector de la selva en el Choco, el departamento del occidente colombiano. Es una zona llena de ríos caudalosos, muy húmeda. "Me cogía de la mano, me llevaba remolcado", explica Lizcano, que caminaba con fiebre y los pies hinchados. Tropezaba, se caía. Se le hundían las botas en los fangales. Avanzaban de noche; de día se escondían. Sabían que al menos 40 guerrilleros venían tras ellos, siguiéndoles los pasos. Para sustentarse comían cogollos de palmas.

El domingo, muy temprano, vieron un puesto militar al otro lado de un río caudaloso. Necesitaban una canoa para cruzarlo. "¡Ejército!, ¡Ejército!", gritó Lizcano. Los soldados no le hicieron caso -"pensaron que yo era un borracho"-. "Muestre su fusil", le dijo a Isaza. El guerrillero alzó su arma. También llevaba una granada. Lizcano gritó su nombre y los soldados reaccionaron inmediatamente. Algunos se tiraron al río para ayudarles. Más tarde llegó el jefe del Ejército, el general Mario Montoya en helicóptero para transportar a Lizcano hacia Cali. Era una orden del presidente Álvaro Uribe.

Mauricio Lizcano desveló más detalles de la odisea que vivió su padre. Asegura que está lúcido, que repite una y otra vez las mismas historias. Que comió mono y oso hormiguero. Que llegó a pasar un mes sólo a pan y agua. Por eso el ex rehén afirma que se dedicará ahora a luchar contra el hambre. Mauricio Lizcano, de 32 años, jamás podrá olvidar la imagen de su padre frente al primer plato de comida que le sirvieron en libertad: pollo, arroz, verduras... Su gesto en ese momento le impresionó más que verlo por primera vez, tan delgado y sin fuerzas, tras ocho años de separación.

Perdió más de 20 kilos en su cautiverio. Tiene las manos llenas de espinas. Desde que recobró la libertad, Lizcano ha sacado a relucir en sus conversaciones citas de autores famosos. La lectura y la radio fueron su refugio para el dolor en la selva. Un comandante guerrillero que leía mucho le pasaba libros de Marguerite Yourcenar, Nelson Mandela y Homero. "La poesía me alimentó", confiesa Lizcano. Le duele haber dejado en la selva 20 poemas que le escribió a su balserita, como llamaba a su esposa, Martha. Durante ocho años pensó en ella como la barquera que lo mantuvo a flote en una balsa que hacía agua.

Estuvo muy enfermo. Ocho veces sufrió de paludismo, y en una de ellas se le paralizó medio cuerpo. Él era su propio médico, con la ayuda de un manual de medicina. Las condiciones de cautiverio no fueron siempre iguales. Al principio -fue capturado en agosto de 2000- permanecía seis u ocho meses en el mismo campamento. Con la llegada de Uribe al poder hubo un cambio. Empezó el acoso militar y los guerrilleros debían moverse permanentemente. "A veces me sentía impotente para seguir marchando, para pasar ríos, bajar precipicios, muchas veces ayudado con sogas...", recuerda en Cali.

Sólo una vez estuvo encadenado. Fue en septiembre de 2001, cuando en un intento de rescate militar murió una rehén política: la ex ministra de Cultura Consuelo Araujo. "Yo tenía diarrea y se lo dije al comandante que dio la orden [de encadenarle]. 'No importa, yo vengo y le abro el candado', me contestó". La situación fue tan humillante para él que se le quitó el mal intestinal.

A comienzos de año, otro guerrillero le ofreció ayuda para fugarse. En una noche lluviosa se acercó y le dijo: "Póngase las botas, ¡nos vamos!" A Lizcano le dio miedo intentarlo. "Sentí pánico, no estaba preparado". El insurgente se fue solo. Pero fue descubierto y lo fusilaron. Tenía apenas 17 años.

"Los guerrilleros", cuenta ahora Lizcano, "se pasan la vida limpiando sus armas...". Cree que ingresan en la organización porque la pobreza y la desigualdad les empuja a asumir esa causa. No se atreve a decir si, como piensa el Ejército, la presión militar obligará a desertar a quienes aún siguen en la insurgencia. "Mantenían [alta] su moral; es difícil pulsar sus sentimientos. El frente está vivo; y tienen buenas armas", reconoce.

domingo, octubre 26, 2008

¿Cómo puedo curar a mi hija?


Nacidos para salvar
La posibilidad de tener bebés seleccionados genéticamente para servir de donantes y curar a hijos gravemente enfermos es una realidad. En España hay cuatro familias que ya lo han conseguido tras seguir un tratamiento en el extranjero. La ley permite esta posibilidad desde 2006, pero no es eficaz. La urgencia de las parejas por salvar a sus niños choca con los trámites que exige la norma.


-Ten fe. Espera a que salga algo.

A Esther González, de 30 años, los médicos no le dieron más opciones cuando falló la búsqueda de una médula ósea que pudiera tratar la grave leucemia de Erine, su hija. Ahora, en el salón de la casa, la pequeña juega con su hermana Izel, que le ha salvado la vida gracias a las células de su cordón umbilical.

Es una de las cuatro familias españolas que han conseguido curar a sus hijos enfermos gracias a tener otros seleccionados genéticamente. Todas ellas, con las que EL PAÍS ha hablado, viven en lugares muy distantes entre sí y apenas se conocen. Como mucho, han mantenido alguna conversación telefónica ocasional. Para concebir a sus niños, acudieron a los dos principales centros de referencia del mundo en la materia: la Universidad Libre de Bruselas y el Reproductive Genetics Institute (RGI) de Chicago. Unas lo hicieron porque España no autorizaba esta posibilidad hasta mediados de 2006, cuando se aprobó la ley de Reproducción Humana Asistida. Otras, porque se hartaron del alambicado procedimiento administrativo establecido por esta norma, cuya lentitud choca con la enorme prisa que tienen unas familias que ven, día a día, empeorar la salud de sus hijos.

De ahí que algunos españoles, angustiados, continúen probando suerte en el extranjero y que la ley española arroje un balance tan pobre dos años y medio después de entrar en vigor: bajo el paraguas de esta norma sólo ha nacido un niño. Fue hace dos semanas en el Hospital Virgen del Rocío de Sevilla. Y a la noticia de este acontecimiento sucedió la ofensiva de los obispos españoles, que consideran que para ello "se ha destruido a sus hermanos", en alusión a los embriones descartados.

"Yo he salvado una vida y he creado otra, ¿qué más quieren, qué más se me puede pedir?", contesta Esther, quien, gracias al nacimiento de la pequeña Izel -que ahora tiene diez meses- ha logrado la curación de Erine, de cuatro años y medio. "Deberían informarse bien, estamos hablando de pre-embriones, ¿cómo se pueden comparar con niños?", se pregunta Esther.

A más de 1.200 kilómetros, en Tenerife, Cristina comparte el argumento. "No dan ninguna opción; según los obispos, haga lo que haga, cometo un asesinato", comenta. Esta mujer, cuya hija Clara vive gracias a las células de cordón de su hermana María, que repoblaron su maltrecha médula, ve así el dilema: "O me quedo sentada a esperar a que muera mi hija, o mato embriones para salvarla".

Esta técnica es la única opción con la que cuentan decenas de padres para curar a un hijo. Y es real. Tanto como lo son Izel, Pol, Lucas y María; los hijos de Esther, Yolanda, Blanca y Cristina, concebidos mediante este procedimiento. O las hermanas mellizas de Lucas, de siete meses, que crecen ahora en el vientre de Blanca, su madre, sin conocer aún su primera misión vital: que las células de sus cordones umbilicales permitan salvar a sus hermanos.

En la vida de Blanca y su pareja hay material de sobra para escribir un best-seller de superación personal. Y pese a lo torcidas que llegaron a ponerse las cosas y las malas pasadas que les ha jugado el azar, todo apunta a que tendrá final feliz. "Poca gente sabe cuál es el gran objetivo de su vida; yo sí lo sé: curar a mis chavales", comenta Blanca. Y está a punto de conseguirlo. En poco más de un año, en su casa habrán pasado de tener tres a seis hijos. Los tres últimos para salvar a los tres primeros.

Blanca vive en Huelva, pero desde la semana pasada se aloja en casa de unos amigos en Pozuelo de Alarcón para estar cerca del hospital de Madrid en el que deben recoger las células de cordón de sus hijas, que pueden nacer en cualquier momento. Son un tesoro demasiado valioso como para no cuidar los detalles. Con ellas se ha de curar el grave trastorno del sistema inmunitario que padecen sus hijos mayores, de 15 y 11 años: la enfermedad linfoproliferativa ligada al cromosoma X, también conocida como síndrome de Duncan.

Blanca ya sabe en qué consiste todo este camino que tiene por delante. Hace un año lo recorrió junto a su cuarto hijo, Lucas, de un año, y el tercero, Carlos, de cinco. Como las mellizas, Lucas fue concebido en un laboratorio de fecundación in vitro de la Universidad Libre de Bruselas por medio de un programa de selección genética de embriones. Nació en septiembre de 2007. Dos meses más tarde, las células hematopoyéticas recogidas de su cordón sirvieron para curar a Carlos. "Ya está perfecto, ha tenido una recuperación rapidísima". Ahora, tras el nacimiento de las pequeñas, Blanca y su pareja enfilarán la recta final de una larga carrera de obstáculos cuya meta es la curación de sus críos. "Entonces, cuando todo acabe, me dedicaré a disfrutar de mi familia", dice.

Éste será el final de la historia. El principio fue muy duro, debido, en buena parte, a la forma en la que el azar jugó en su contra. La enfermedad, que sólo se da en uno de cada un millón de nacimientos, es recesiva, por lo que sólo había un 25% de probabilidades de que sus hijos la heredaran. Pese a ello, los tres la adquirieron. Podían haber sido niñas, y no la desarrollarían, ya que como está ligada al sexo, las mujeres sólo pueden ser portadoras de la malformación o estar sanas. Pero fueron todos varones. Como mal menor, la enfermedad podía haberse manifestado al poco de nacer el primer hijo; de esta forma, los padres la hubieran podido detectar y tomar medidas ante el riesgo de que los otros dos hijos la tuvieran. Sin embargo, cuando empezaron a atar cabos, después de la aparente casualidad de que los dos hermanos mayores hubieran desarrollado un linfoma, Blanca ya estaba embarazada del tercero. Aún más malas pasadas del azar: los tres hermanos podrían tener el mismo tipo de antígenos HLA (compatibilidad de tejidos), por lo que un sólo hermano compatible con los tres hubiera bastado para curarlos. Pues tampoco. Los dos mayores comparten estos marcadores entre sí, pero no el pequeño, por lo que serían necesarios dos hermanos. Las cosas no podían salir peor. Además, su hijo mayor ya ha pasado por dos linfomas y el segundo por uno, con sus consiguientes tratamientos de quimioterapia e intervenciones para extirparlos. "Tenía dos opciones: quedarme en casa o luchar. Y decidí luchar", apunta Blanca.

En este punto es cuando la historia da un vuelco. Deciden ir a Bruselas a intentarlo y no fue al primero, ni al segundo intento. Pero a la tercera, Blanca consigue quedarse embarazada de Lucas, que era un embrión de pocos días cuando fue elegido para salvar a Carlos por tener sus mismos marcadores de histocompatibilidad HLA y estar libre de enfermedad. Nació en septiembre. "Fue fascinante la sensación de verlo tan pequeño, tan inocente... y él ignoraba que sólo por haber nacido iba a salvar a su hermano". Dos meses más tarde, en noviembre de 2007, fue el trasplante de médula en el hospital Niño Jesús de Madrid. "Fue todo perfecto, y tuvo una recuperación muy buena", insiste. Tanto, que en mayo ya había vuelto al colegio. Ahora sólo quedaban otros dos por curar.

En febrero vuelven a Bruselas. Y, en esta ocasión, Blanca se queda embarazada en el primer ciclo. "Toda la mala suerte del principio da la vuelta y se convierte en buena suerte". Salen adelante dos embriones, lo ideal para tratar a dos hermanos. Y, además, son niñas. "Hay familias que lo han intentado siete y ocho veces sin conseguirlo", apunta Blanca. Ellos tendrán tres hijos con cuatro intentos.

Pero aún no está todo conseguido. Su hijo mayor, debido a la recaída que sufrió recientemente, será el primero en pasar por las salas de aislamiento del Hospital Niño Jesús de Madrid para someterse al trasplante de médula. Luego será el turno de su segundo hijo, de 11 años. "De momento estoy muy contenta, seguro que todo sale bien".

Otra de las parejas que acudió a Bruselas es la de Esther González y Christian Cabrera. Tras la fecundación in vitro en la capital belga, su bebé, Izel, nació en enero pasado en el hospital San Juan de Dios de Barcelona. A los dos meses ya le había prestado las células de su cordón umbilical a su hermana Erine, de cuatro años y medio. Si se obtiene una cantidad suficiente de células regeneradoras y de buena calidad, y además se corre contra el reloj, no hay porqué esperar más tiempo. No se podía perder un segundo y correr el riesgo de que despertara la leucemia mielomonocítica crónica que padecía -una variante que puede ser muy agresiva- y amenazara la vida de la pequeña.

Ahora, su madre reprende a la mayor por el desastre que está organizando en el salón de su casa en Sant Joan de Vilatorrada (al lado de Manresa, Barcelona). Y le dice, señalando a los periodistas: "Cuando se vayan estos dos señores, tú y yo vamos a tener una conversación muy seria y vas a ordenar la habitación". Viendo estas escenas familiares, todos esos días de quirófanos, salas de aislamiento, pinchazos y controles parecen muy lejanos. Pero no lo están tanto, como lo muestra la rápida reacción de Esther ante la etiqueta de bebés medicamento con la que se pretende cosificar a estos niños. "¡Pero si estos niños no pueden ser más deseados!", comenta. "Además, desde el principio tuve muy claro que la recién nacida no podía ser menos". Por eso, durante las sesiones de quimioterapia previas al trasplante o los dos meses que pasó en la cámara de aislamiento del hospital hasta que las células hematopoyéticas de su hermana repoblaron la médula ósea de Erine y la pusieron a trabajar, ella no dejó de darle el pecho a la recién nacida. "Hubiera sido más fácil darle biberón y dejarla en casa mientras yo iba al hospital, pero decidí que tenía que estar con ella. Es igual de hija que la otra. Si a la mayor le di de mamar seis meses, ella no podía ser menos, por duro que fuera". Que lo fue. "Estaba recién parida, hinchada, cansada... pero había que hacerlo". "Ha sido la peor experiencia de mi vida", rememora. Después de algún que otro susto, como el pequeño rechazo que surgió tras el trasplante y que se combatió a base de corticoides -"le sentaron fatal a Erine, casi peor que el trasplante"-, la pequeña ahora "está estupenda".

A la familia Cabrera González la conoce toda la comarca del Bages. Tanto en Sant Joan de Vilatorrada como en muchas localidades cercanas que se movilizaron para recoger dinero y costear la intervención y el tratamiento de la pequeña. "Todo surgió por una amiga de mi suegra, que puso una hucha con la foto de la niña en el despacho de lotería que tiene", apunta Esther. La noticia corrió por todo el pueblo y les comenzaron a llover peticiones para instalar huchas en comercios. "Hasta ha habido fiestas para recaudar fondos en Manresa, Berga..." A ellos les costó 20.000 euros todo el proceso. "Recogimos algo más, que ahora destinamos a padres que necesitan dinero para curar a sus hijos", apunta.

Esta pareja catalana se planteó primero someterse a tratamiento en España, y envió su solicitud a través de la sede que el Instituto Valenciano de Infertilidad tiene en Barcelona. Para ello aprovechó que poco antes de comenzar a intentarlo, en mayo de 2006, había entrado en vigor la actual ley de Reproducción Humana Asistida que abría la puerta a la selección genética de embriones para servir de donantes a hermanos enfermos. Sin embargo "iba todo muy lento y perdí mucho tiempo en el intento". Por lo que, pese a que, en teoría, no había problemas, en la práctica no tuvieron más remedio que salir al extranjero.

La normativa que autoriza esta técnica en España salió adelante impulsada por el PSOE en la pasada legislatura. De todos los grupos parlamentarios, contó con el voto negativo del PP y de Unió Democràtica de Catalunya (socio de Convergència en la coalición CiU). Fuera de las Cortes, también reaccionó en contra la Conferencia Episcopal Española, que consideró esta práctica "eugenésica". Entonces, las expectativas de decenas de familias se dispararon. Sólo el Instituto Valenciano de Infertilidad, la clínica privada que más actividad desarrolla en este campo, recibió medio centenar de llamadas. Dos años y medio después de su aprobación, la ley española tiene un corsé administrativo tan ceñido que sus resultados son muy limitados.

Por un lado, necesita de fuertes controles éticos. De ello se encarga la Administración sanitaria de la comunidad autónoma en la que reside la pareja que solicita tener un hijo que le permita curar a un hermano enfermo. Pero, además de recibir el visto bueno de este comité de expertos, ha de recibir otros dos, dependientes de la Administración estatal: la Organización Nacional de Trasplantes y la Comisión Nacional de Reproducción Asistida. Todo ello supone unos seis o siete meses de espera para pacientes, cuando "la respuesta no debería de tardar más de 15 días o un mes", según un especialista consultado, miembro de una de estas comisiones. El tiempo corre en contra de estas familias por el riesgo de que la salud de sus hijos empeore y por la edad de la madre, cuya fertilidad cae sensiblemente a partir de los 39 años. "Convendría que la tramitación fuera mucho más ágil, aunque sé que no es fácil, debido a que las competencias sanitarias están transferidas y de que este tratamiento se considera experimental, por lo que está sometido a un meticuloso control, que considero necesario", explica Julio Martín, responsable del departamento de diagnóstico genético preimplantacional del Instituto Valenciano de Infertilidad. Y es que, desde que la ley entrara en vigor, el Ministerio de Sanidad ha recibido 31 solicitudes, de las que sólo ha autorizado ocho casos. Además, hay 17 expedientes paralizados, a la espera de recibir más información clínica de la pareja.

Juan y Cristina acudieron al RGI de Chicago en 2003 porque entonces aún estaba prohibido el procedimiento en España y desconocían que existía la opción de acudir a Bruselas. En el salón de su casa, de una localidad de Tenerife que prefieren que no se difunda, entre marcos con fotos familiares y objetos decorativos destaca en un lugar elevado una doble hélice de ADN hecha con cartón y plastilina. "No es ningún homenaje a la genética ni nada parecido; es un trabajo escolar de Ana [su segunda hija] que hemos puesto ahí para que no lo rompa la pequeña". Su madre se refiere a María, de tres años, la protagonista de su historia, que camina por el salón con su muñeca favorita agarrada del brazo.

María nació en agosto de 2005. Su madre se quedó embarazada después de tres intentos en la clínica estadounidense, lo que le costó a sus padres unos 45.000 euros. "Entonces el dólar estaba más caro", apunta su padre. A esta cantidad hay que sumarle los gastos de transporte y alojamiento. "En total serían unos 60.000 ó 70.000 euros".

El parto fue en el verano de hace dos años. Pero hubo que esperar otros 12 meses, hasta septiembre de 2006, para poder practicar a su hermana Clara, la mayor -que en menos de un mes cumplirá 16 años- el trasplante de médula que necesitaba para borrar de su vida la betatalasemia, una forma muy severa de anemia congénita. Fue en el hospital Sant Pau de Barcelona, coordinado por la doctora Isabel Badell, presidenta de la Sociedad Española de Hematología Pediátrica. Debido a su peso y edad (ya era adolescente) se tuvo que complementar la sangre recogida en el nacimiento de María con células hematopoyéticas extraídas de la médula de la pequeña -algo habitual-, de forma que el tratamiento ofreciera mayor garantía de éxito.

El trasplante fue agotador, "la parte más difícil", indica Cristina. Luego viene la recuperación, que también fue dura. "Te entra el miedo ante cualquier problema que le sobreviene a tu hija", comenta la madre. "Recuerdo una gastroenteritis que tuvo, lo pasé fatal. Hay veces que la diarrea es un primer síntoma del rechazo, por lo que nos asustamos mucho". Irónicamente, lo que peor llevó Clara, que ahora luce una bonita melena, fue que le cortaran el pelo. "Hasta el final no me atrevía a decirle que habría que cortárselo de cara a los efectos de la quimio, para que no le cayeran pelos tan largos. Sabía que le iba a costar digerirlo", apunta su madre. "Es que si me lo dices antes, no paso por el hospital", responde Clara, medio en broma.

Dos años después de todo aquello, no hay ni rastro de la enfermedad, ni del tratamiento. "Todo ha ido bien, estoy tranquila, aunque dentro de cinco años aún estaré más", señala Cristina. Mientras su madre habla, María se ha cansado de la muñeca, y ahora coge una sartén de plástico de la cocina de juguete que tiene en medio del salón. Tanto Juan como Cristina reconocen que viven una nueva etapa en su vida desde que se curó su hija. "Antes, aunque hubiera buenas noticias, siempre estaba la enfermedad de Clara de fondo, ahora todo ha cambiado".

Como también ha cambiado la vida de Yolanda, Salva, y sobre todo, la de su hija Laura. Su caso ha sido extraño. Tiene anemia de Fanconi, una enfermedad cuya incidencia es de un caso por cada 500.000 nacimientos y que provoca problemas hematológicos en forma de déficit de hemoglobina (que provoca palidez y fatiga), glóbulos blancos (el enfermo es más sensible a infecciones) y plaquetas (hay un mayor riesgo de hemorragias). El hallazgo de que Laura estaba afectada por esta rara dolencia fue totalmente casual. "Un conocido nos comentó que veía a nuestra hija muy pálida", apuntan sus padres. Mosqueados por el comentario, acudieron al centro de salud donde le practicaron unos análisis cuyos resultados "estaban totalmente alterados". De allí, con el susto en el cuerpo, pasaron a una consulta de hematología del hospital Vall d'Hebron de Barcelona, donde, en marzo de 2003, le pusieron nombre a lo que le sucedía a su hija: anemia de Fanconi.

El siguiente paso fue la búsqueda de un tratamiento que curara a Laura, lo que pasaba necesariamente por un trasplante hematopoyético. Si encontraban un donante no emparentado, las probabilidades de éxito rondaban el 30%. "Aunque no sean demasiadas, cuando no hay otra opción esta posibilidad puede salvar vidas, por eso es importante que la gente se haga donante de médula", apunta Yolanda. En el caso de un hermano compatible, la tasa subía hasta el 60% u 80%. La opción estaba clara e iniciaron el contacto con el RGI de Chicago, ya que aún no se había aprobado la nueva ley.

Fue un proceso largo. Sólo el estudio genético preliminar tardó un año. Luego llegó el primer intento y, a continuación, la desesperación, después de que el embrión implantado no anidase. Yolanda y Salva recuerdan las lágrimas a las puertas del hospital poco después de que les comunicaran que el tratamiento no había ido bien. Y la soledad de la habitación del hotel, a miles de kilómetros de su hija y del resto de la familia. No es que no les hubieran advertido. "Ya nos habían comentado que contábamos con un 10% de probabilidades de éxito y advertido del elevado coste emocional del proceso", relatan. Pero no hay argumentos que borren la decepción. Aunque tampoco fue tan grande como para tirar la toalla. Decidieron continuar, volvieron a Chicago y en diciembre de 2005 llegó el mejor regalo de Navidad: el embarazo.

Poco antes del segundo viaje, la salud de Laura empezó a empeorar y había comenzado a necesitar transfusiones. Pese a que había prisa, hubo que esperar a que creciera el recién nacido, Pol, porque había que extraerle médula ósea para complementar las células de cordón. Finalmente, el trasplante se realizó en noviembre de 2007, casi cinco años después del diagnóstico de la enfermedad.

"Que Pol fuera el donante me ha hecho muchísima ilusión, no sé como le podré agradecer todo lo que ha hecho", dice Laura con timidez. Pol descansa en brazos de su madre mientras mama ajeno a la conversación. "Desde pequeña quería tener un hermano que no tuviera anemia de Fanconi", comenta. La niña tiene ahora 12 años y se recupera en casa de un pequeño traspié en la recuperación. Se trata de un ligero rechazo, por lo que lo más normal es que a principios del año que viene ya esté de vuelta en el colegio. Mientras tanto, el departamento catalán de educación desplaza un profesor a su casa tres días a la semana para que no pierda ritmo. Y, además, tiene clases particulares de piano un día más a la semana.

Aun así, a Laura le queda bastante tiempo libre, pero no se aburre. Es una lectora empedernida. Desde la clásica serie de Enid Blyton de Los Cinco, a J. K. Rowling y su archifamoso Harry Potter -cuyos siete tomos devoró de un tirón, uno detrás de otro-, pasando por casi cualquier libro que caiga en sus manos, "los que más me gustan son los de aventuras", no hay volumen que se le resista. "Más que alentarle a la lectura, lo que tenemos que hacer es quitárselos de las manos", apunta su madre.

Junto a Esther y Christian, Yolanda y Salva es la única pareja que figura en este reportaje con sus nombres. Los demás se han cambiado para resguardar su intimidad. A lo que ninguno se ha negado es a relatar su historia por si su experiencia puede servir de ayuda a otros padres y pueden curar a sus hijos como lo han hecho ellos.

Y si puede ser, gastándose menos dinero. Las cuatro familias coinciden en destacar la necesidad de que la Administración sanitaria no sólo agilice los trámites para que se puedan seguir los tratamientos de reproducción asistida en España, sino que se subvencione todo el proceso de selección genética de embriones para curar a hermanos, ya que, salvo el hospital Virgen del Rocío de Sevilla, la aplastante mayoría de los centros capacitados técnicamente para sacar adelante estos casos son privados. También responden al unísono a las críticas de la Conferencia Episcopal Española, que volvió a levantar la voz contra la selección genética de embriones hace dos semanas al referirse al nacimiento del primer niño concebido en España gracias a esta técnica. "El nacimiento de una persona humana ha venido acompañado de la destrucción de sus propios hermanos, a los que se les ha privado del derecho a la vida", indicaron los obispos, en referencia a los embriones fecundados y no implantados.

"¿Es más ético no hacer nada? ¿En qué moral cabe no hacer todo lo posible por salvar la vida de tus hijos? Encuentro absurdo no curarlos por los embriones que se puedan quedar por el camino", se pregunta Blanca. Salva pide respeto para las familias que tratan de salvar la vida de sus hijos. "La ley no obliga a nadie. Yo considero que quienes no recurren a esta técnica por problemas de conciencia son tan buenos padres como nosotros", apunta. "Y pediría que no se nos atacara a nosotros como si estuviéramos matando a alguien. No es así". Porque esta historia, de lo que trata, es de la vida.

sábado, octubre 04, 2008

El abandono escolar ya pasa factura


Muchos jóvenes que dejaron las aulas en busca de empleo fácil en turismo y construcción se encuentran hoy sin título y sin trabajo - La crisis fuerza a decenas de miles a volver a clase

El abandono escolar, una opción que se hizo fácil en la España del turismo y la construcción, empieza a pasar factura. El trabajo ya escasea, y los jóvenes se encuentran ahora sin empleo, y además sin cualificación.


Los datos se despachan rápido: El 31% de los adolescentes en España no aprueban la ESO. El otro 69% continúa, pero un 28% de ellos no conseguirá un título de bachillerato o FP de grado medio, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). La tasa de los que abandonan en esa etapa es más dramática en hombres (35,8%) que en mujeres (23,8%), y en total dobla la media europea. Sólo Portugal y Malta están por detrás de España.

En la Escuela de Adultos de Mazarrón, Murcia, no cabe un alma desde hace tres años. Este curso, 40 personas quieren asistir a la clase que prepara para la obtención del título de la ESO (el antiguo graduado escolar), pero diez tendrán que esperar un año más. No hay tantas plazas, ni otros centros para mayores en la zona. Esta invasión estudiantil no se entiende sin hablar de la crisis económica.

En Mazarrón, una localidad turística de 29.000 habitantes, nada es lo que era. Los eternos veraneos en la playa han pasado a la historia, hay un parón evidente en el ladrillo, son ya pocos los que trabajan a destajo los tres meses de verano para vivir el resto del año y en primavera no hay carteles demandando camareros. El paro, antes inexistente, acecha. En la comunidad de Murcia, con un 58% de ocupación hotelera este verano, había en septiembre 76.000 desempleados, un 2,89% más que el septiembre de 2008.

Por miedo al paro o a perder oportunidades, este curso los adultos están volviendo a clase: 138.000 adultos están estudiando en busca del graduado escolar. Son 22.500 más que hace cuatro años. 11.500 quieren entrar en la Universidad (2.000 más); 14.000 quieren hacer las pruebas de acceso para la FP superior (el doble ahora). Además, 35.000 (15.000 más que entonces) asisten a talleres.

Los Objetivos de Lisboa pactados por la Unión Europea en 2000 aspiran a que la tasa de abandono prematuro de la escuela -índice de población de 18 a 24 años que no ha completado el bachillerato o Formación Profesional y no sigue ningún tipo de formación- se sitúe en los países comunitarios por debajo del 10%. Un porcentaje que en estos momentos sólo cumplen Finlandia, Austria y cuatro países de la antigua Europa del Este -República Checa, Eslovenia, Polonia y Eslovaquia-. En España, en el curso 2006-2007 -últimos datos conocidos- el abandono subió respecto al anterior en 1,1 puntos: del 29,9% al 31%. El doble de abandono que el promedio de la Unión Europea.

"El abandono prematuro es muy grave porque se produce una pérdida de capital humano y cada vez la formación se va a valorar más. Es lo que va a distinguir a los países en competencia. La producción se puede deslocalizar, pero la formación no", opina Ferrán Ferrer, coautor del anuario Estado de la educación en Cataluña 2006, de la Fundación Jaume Bofill. Y de su gravedad parece haberse dado cuenta la ministra del ramo, Mercedes Cabrera, que no sólo pretende reformar la Formación Profesional sino que va a convocar para este mes una reunión sectorial monográfica sobre el abandono a la que acudirán los responsables de Educación de las 17 Comunidades Autónomas.

La mayoría de los chicos ya no desertan para aportar dinero a casa, sino porque resulta muy atractivo optar por el empleo fácil -mayor cuando más bajo sea el nivel socioeconómico de su familia-, algo al alcance de cualquiera en las zonas turísticas. O al menos hasta la crisis. Por ese motivo, junto a zonas históricamente desfavorecidas sin gran tradición de acceder en masa a la escuela (Andalucía, Castilla La-Mancha y Extremadura), lideran la lista de abandono de secundaria post-obligatoria las regiones de Canarias y el Mediterráneo (Cataluña, Comunidad Valenciana, Murcia y Baleares). Pese a la alta renta per cápita de Baleares -la cuarta de España tras Madrid, Navarra, País Vasco y Cataluña-, el 44,7% de los chicos, -que no chicas- baleares menores de 24 años no tiene estudios de secundaria obligatoria, mientras que en el otro extremo, sólo el 8,4% de las vascas de esa edad desertaron. En todo el país son ellas, con mucho, las más constantes en el estudio.

"No necesitar cualificación para trabajar es una característica común nuestra con el arco Mediterráneo, pero también con California y Miami", cuenta Juan José Martínez, director general de Universidades de Canarias. "Y se trata de bascular un modelo económico que no esté basado sólo en el turismo y en la agricultura, y para eso las universidades tienen que hacer el tránsito con I+D", prosigue. Su consejería está realizando una encuesta entre los empresarios para conocer sus necesidades.

"Muchos dejan de estudiar un par de años y vuelven. Se dan cuenta de que tienen un trabajo que no es de su agrado y no pueden optar a otro. Notamos que están retornando desde hace tres o cuatro años", explica Montserrat Vallés, directora del Instituto Jaime I de Salou (Tarragona), localidad que recibe en agosto a 180.000 viajeros. A este instituto llegan estudiantes de más de 18 años que han aprobado las pruebas de acceso a módulos de grado medio de Formación Profesional. "Estudian para administrativo, atención sanitaria o para educación infantil. Áreas en las que saben que hay empleo", continúa la directora. "De todos modos, la situación de Salou es privilegiada. Hay muy buen clima, una ciudad cosmopolita, bien comunicada... Y todo eso facilita que uno se recicle".

"Un primer tema es el valor otorgado a la educación. Si la sociedad, las familias y las empresas no transmiten a los jóvenes que estudian el mensaje de que van a poder acceder a un mejor trabajo y que les admiramos, vamos mal. Y tiene que haber una repercusión por este esfuerzo con un mejor salario y un trabajo acorde a lo estudiado", prosigue Ferrer, convencido de que el fracaso se inicia en primaria.

Los chicos pronto se dan cuenta de que sin cualificación la experiencia laboral no se acumula. "A los 17 años, un adolescente balear puede ganar lo mismo que un universitario vasco de 26 años mileurista. Pero cuando pasen tres años, él seguirá con casi el mismo sueldo y el del vasco será bastante más", razona Mercedes Esteban, vicepresidenta de la Fundación Europea Sociedad y Educación, institución que realizó en 2007 un estudio sobre la catastrófica situación balear para su consejería de Educación. En su opinión, la solución debe plantearse a medio-largo plazo, "no cabe esperar resultados inmediatos".

El nivel de estudios de la madre era antes determinante en el abandono -a menos preparación, menor afán de que el niño estudiase-, pero ahora no condiciona tanto: en diez años se ha multiplicado por cuatro el porcentaje de chicos cuyas progenitoras cuentan con estudios medios (el 35%) o universitarios (más del 4%). "Los padres apenas ven a sus hijos. Y el poco tiempo que los ven no lo pasan haciendo un seguimiento de sus deberes, sino viendo la televisión", se lamenta Montserrat Casas, rectora de la Universidad de Baleares. Se calcula que 150.000 niños entre 6 y 14 años sufren incomunicación extrema en el hogar.

El archipiélago balear, con 1,1 millones de habitantes, tan sólo tiene 17.000 universitarios -3.000 de ellos en estudios no reglados-. Sólo el 23% de los jóvenes llega a las facultades, cuando la media española es del 43%. "Al menos hemos conseguido que no baje el número, como está pasando en casi toda España", se alegra Casas. La tentación por dedicarse a los servicios es mayor en las pequeñas localidades, y está favorecida por los altos salarios. En 2004, en hostelería se ganaba de media 963 euros en Baleares frente a los 731 del resto del país.

El beneficio por permanecer más tiempo en el sistema educativo no se hace patente hasta que se completan los estudios superiores. Esto provoca un escalón demasiado alto para los que cuentan con menos recursos. Aunque las diferencias salariales se están acortando. En 1997 alguien que sólo tenía el graduado escolar ganaba un 73% menos que un licenciado. Nueve años después les separa un 47%. En Estados Unidos o Reino Unido el sueldo es el doble.

"Los alumnos vienen orientados por el INAEM, el ayuntamiento, los centros de secundaria...", cuenta Mariano Fernández, profesor de la Escuela de Adultos de Mazarrón. "Dejan las clases un 30%. Tienen muy poca base y se desaniman cuando ven el nivel de exigencia". El graduado se puede aprobar por partes, pero para los retornados resulta difícil. "Antes se sacaba en octavo de EGB y casi lo regalaban. Pero ahora son dos cursos académicos más y se nota mucho. Se desesperan con una ecuación de segundo grado. No sé, quizá deberían hacerse otras pruebas de madurez. Las de ahora están encaminadas para hacer el bachillerato y muchos no van a continuar estudiando. Van a necesitar entender lo que leen, pero hay algunas preguntas de lingüística que no tienen sentido", plantea el maestro de Mazarrón.

Esta queja no es compartida por Eva Almunia, secretaria de Estado de Educación y Formación. "El sistema tiene que ser flexible, con pasarelas, para que se reincorporen al estudio aquellos que se fueron, pero eso no puede significar que se rebaje el nivel. La titulación de secundaria es la misma para quieren quiere seguir el bachillerato y quien no. No se puede discernir". Almunia recuerda que desde el curso 209-2010 aquellos jóvenes que acrediten una experiencia laboral de más de tres años podrán optar a un título de cualificación si asisten a unos cursos semi-presenciales.

Jorge Calero, catedrático de Economía Aplicada, calcula en el estudio Desigualdades tras la educación obligatoria: nuevas realidades, de la Fundación Alternativas, que sólo el 5,9% de los chicos de 16 años estudian y trabajan. Un porcentaje que aumentaría, piensa, "facilitando estudios a tiempo parcial o reducciones del horario de trabajo para determinados contratos". Además, propone para rebajar el abandono dignificar la Formación Profesional, muy desacreditada; introducir asignaturas aplicadas en el bachillerato, hoy demasiado académico; destinar más dinero a becas en secundaria, porque la mayoría van a la universidad, e intervenir en educación infantil para reducir las desigualdades provocadas por el origen social y familiar.

Toda medida es poca cuando se está en el furgón de cola.